Cuando la vendimia termina y los racimos ya han pasado por nuestras manos, podría parecer que todo se detiene en la bodega. Pero nada más lejos de la realidad: el trabajo sigue.
Sí, el vino se cuida todo el año.
Entre campañas, lo que sucede puertas adentro es igual de importante que la recogida de la uva.
Es el momento de observar, decidir, intervenir cuando es necesario y, sobre todo, dejar que hable por sí solo.
¿Qué pasa en la bodega después del período de cosecha?
Una vez finaliza la fermentación, comienza el afinamiento. En esta etapa el vino evoluciona, se estabiliza y gana en complejidad.
Lo vigilamos con catas periódicas, analizamos su comportamiento en depósito e incluso decidimos si algún lote se merece una crianza más prolongada o un ensamblaje diferente.
En paralelo, también trabajamos en la limpieza y mantenimiento de toda la maquinaria y depósitos: un entorno limpio es esencial para que este mantenga su pureza.
El control de temperatura, la corrección de posibles desviaciones, la trasiega para separar las lías finas o el filtrado, son tareas clave durante este tiempo.

Supervisamos la correcta elaboración del vino en todos los pasos de su fermentación.
¿Y fuera de la bodega?
También hay mucho que hacer.
Nos preparamos para embotellar, revisar etiquetas, organizar el stock y planificar las próximas campañas.
Las visitas enoturísticas, la atención a distribuidores y la participación en ferias completan un calendario donde el “descanso” no entra en agenda.

Desde la revisión de toda la maquinaría a la participación en ferias y eventos.
La bodega no para de trabajar en todo el año.
Además, seguimos en contacto con el viñedo, que aunque duerme en invierno, requiere labores de poda, cuidado del suelo y preparación para el siguiente ciclo. Porque un vino comienza mucho antes de pisar la bodega.
Cada botella que llega a tus manos es el resultado de un trabajo constante.

La poda invernal es un paso imprescindible
para garantizar la calidad de nuestros vinos.
Un proceso que no entiende de pausas, porque la naturaleza tampoco se detiene. Es necesario acompañar al vino en cada etapa, con la misma atención con la que cuidamos cada racimo en vendimia.
Así que sí: él no descansa. Y nosotros, casi que tampoco.